sábado, 20 de abril de 2019

LA CORTINA



            -No fue divertido –dijo Berni arrugando los labios y sus bigotillos ralos. Movía las manos dando la impresión de estar avergonzado.
Tijerita Gervasio esperó como nadie esa mañana. Llegó preparado con sus botas de soldado. Puño Narciso, con una tira de preservativos de diferentes colores, y el Chato Rufino, bañado en un perfume que producía náuseas.
Ellos, los que nos llevarían,  indicaban como debíamos conducirnos en ese local: “La voz gruesa como salida de un altavoz, la mirada fija convertida en una flecha sobre el rostro de la mujer, y saber de antemano a cual de esos refugios entrar ….” Ellos tenían las manos pegadas a la bragueta.
Tijerita, el más necesitado, parecía ya correr al río a darle a lo suyo, cambiando de manos.

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Entre la bruma apareció el par de morenos; su andar quimboso nos hizo levantar la mirada. ¿De dónde habían llegado? En Huaraz y en el Chivero la gente andaba con casacas y sombreros debido a las lluvias. Me quedé impresionada de sus formas fuertes, del tono parejo y esplendoroso de aquella piel; luché por que volvieran la mirada hacia mí y se detuvieran. Ya, entonces querida, entendí mis desbordantes deseos, el afán por el cuerpo. ¡Y dónde lo comprendí!
Ay, Emil, te volviste del color del pan sin cocer; tus suspiros de deseo empezaron a notarse y daban vergüenza;  optaste por unir tus manos en ruego. Pero debo aceptarlo, estuve igual.
Y, sin olvidar a aquellos zambos, nos encaminamos hacia los cuartos. El Chato y Tijerita reían porque nuestros ojos revelaban una mezcla de espanto y cólera; y vigilaban a ver si los pantalones se nos caían.
“¿Si se me viene?”, preguntaste; pero ni terminaste de decirlo, porque dijeron “cállate, carajo” y te volviste muda, sin entender por qué decidiste venir a un lugar así.
Creo que tu cuerpo también te exigía liberarse. ¿Sabes?, tenías razón. Todo olía a sábanas de hospital, urinario con moscas, basural… Vomitar era sin duda algo normal. Escapar, lo mejor que se podía hacer.
Pero, cómo cumplirlo. Puño Narciso nos amenazaba; de echarnos atrás nos metería puntazos y nos botaría del pueblo. Y eso sería la expresión máxima de negar nuestros verdaderos deseos, y reirían sin parar. ¡Terrible situación, espanto diría mejor!
Las gordas de colores en el rostro clavaron sus miradas en nuestras caras asustadas; intuí que olían nuestro miedo y deseaban sobarnos con sus labios de jebe y sujetarnos entre sus piernas gordas como llantas de Caterpillar. Ruidos de ranitas bullían en mi estómago animándome a fugar, queriendo escupirlas.
“Déjeme, señora”, dije de pronto, porque me tomaron del cuello unos brazos poderosos. Qué desgracia la mía.
Nuestro momento estaba marcado. A hacer ánimo morenita y aceptarlo; ya llegaría el final.
Las puertas del pasadizo lucían cerradas. Quizás en el siguiente las cosas serían diferentes. Las tipas del lado opuesto empezaron a llamarnos, sacando la lengua jugosa, imitando recibir gotitas de leche; algunas fumaban y cubrían el cuarto con el humo para así no poder verlas y distinguir sus dedos gruesos sujetando las tiras de sus trajes o sus pechos inflados como globos. Todo eso aumentó mi deseo de gritar y llamar a los zambitos.
-Papito, ven conmigo, te haré el sube y baja, el torniquete, el pollo a la plancha, el astronauta- escuché que decía una voz  vivaz -. Y si no los conoces, pregúntaselo a mamá
¡Fíjate, querida, meter en lío de pintadas a mi mami! ¡Desgraciadas! ¿Por qué se afanaron con nosotros, debieron llamar a Puño, Tijerita o al Chato? Ellos lo necesitaban. Puño va los corrales y escoge a las ovejas más jóvenes para saciarse; y el Chato corre a meterse en las aulas del primero de secundaria y, vieras, invita helados y caramelos a las chiquillas a fin de atraer sus atenciones.

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Bañado en olores que obstruían mi nariz apareció el escándalo. Y me detengo a explicarlo, querida. El flacucho bailoteaba y alzaba las manos simulando ser una mariposa; canturreaba “Amor eterno” de Juan Gabriel. A las inquilinas poco les importó y le propinaron miradas y muecas como si hubieran visto excremento. Y el escándalo les sacó la lengua por un costado de la boca.
Allí había algo fóbico, arraigado; la pañoleta le cubría el cuello, pero ni así pudo esconder las manchitas coloradas en forma de collar. De pronto, ansioso fijó sus ojos brillosos en la entrepierna del Chato, abultado de tanto deseo.
Reí querida, el pantalón de la mariposa, ¡Dios!, le ahorcaba la cintura y convertía sus piernas en dos palitos de anticucho. Barajó papelitos de rifa entre sus uñas puntiagudas y brillosas, y, con voz aterciopelada, nos avisó:
-Chicos, a cinco soles el boleto de entrada… Esto no es beneficencia.
El Chato hundió presuroso las manos en los bolsillos, como si asaltara su propio dinero. Tijerita se distraía e iba tras la voz que lo llamaba, aunque volvió de prisa porque siguió los pasos de aquel zambo de muslos de tronco. De hecho nos asustó, temblamos, temblaste negrita; qué ojos de ese tipo. “¡Zambo querido!”, chillaron las zorras. ¡Ay, de tener un tipo así alcanzaría uno de mis sueños!
A mí qué, si mi lápiz tiene punta o no o que para el Chato otras cosas eran peores, porque mis palmas estarían llenas de pelos. Lo dijo desganado, como si fuera algo serio o fatal.
Volteé mi palma derecha a fin de examinarla. Todos esperaron esa reacción para reírse, pifiar, dar alaridos y palmazos en la espalda.
Te volviste rojita, un tomate; fíjate tú, sufriste conmigo. Momentos odiosos, querida y equivocadas al venir al Chivero; pero nos alentaron con un mes de anticipación. Ellos animosos entraron a los cuartos de luz rojiza con la idea de recibir un agasajo; ¡y las hembras  expelían olores a bacín! La de nariz colorada insistía en hacer repetir tres veces; la de lunar en la nalga, que chupadita y algo más; la de piernas de estaca aullaba sin parar. Nuestro sobrecito de condones, mandado a comprar con ruegos, quedó tirado sobre el piso, despanzurrado por tanto manoseo dado ¿y cómo pedir otro a Puño?, sería para verlo reírse o patearnos. Solo quedó agachar la cabeza y esperar a que ellos salieran ya.
La ansiedad alocó mis ojos, buscando a aquellos negritos deseados.
-Les trajimos para convertirlos en varones  -dijeron Tijerita y el Chato metiéndonos a patadas en los cuartos-. Todo estreno es un riesgo.
-El inicio es duro y hay que sentir lo duro primero  –completó Tijerita.
-Parece que les florea el culo  – dijo una voz que tronó en mi oído.
 Luego quedamos aturdidos por la bulla y los gemidos de Tijerita, el Chato y Puño en los ambientes contiguos.
Y las voces de malanoche nos recibieron dispuestas a consolar nuestros temores.
-Soy tu madre  -me susurró la desgraciada envolviéndome entre sus brazos.
¿Cómo terminamos?... sería la pregunta dichosa. La complicidad me unió a ti, luego, al chocar los vasos de cerveza en la cantina brindamos por cosas del corazón. Queríamos escapar y sabíamos a dónde volver.
Es que fuimos jinetes de breves momentos y, al apuro, perdimos la cabalgadura y resbalamos de esos cuerpos gibosos, provocando escupirles. El silencio se apoderó de nosotras, dejamos de pensar entre el odio sacudiendo nuestros ánimos. Y en esos momentos cruciales, como dicen nuestros compañeros de placeres, una mano alzó la cortina y me permitió verte, negrita, en un rincón; el negro había botado a la puta con una patada en el trasero y, vaya, saltó sobre ti para hacerte su mujer. Chorreaba el sudor por tu espalda como en caída de ducha y tú respondiste con emoción y estallido jamás visto; y, luego, saltó a donde estaba yo, hizo lo mismo con la mujerzuela, y luego me hizo olvidar la razón de nuestra venida y abrirnos a un mundo nuevo.

****




Ahora, negrita querida, el mundo tiene color y la vida sentido. Nada más importará; viví equivocada; ¿cómo pensar que iban a gustarme tanto las fresitas y mandarinas? Necesito de nuestros zambos, rozar sus brazos y cuellos y sudar felices otra vez. Los palmazos se convertirán en caricias y me producirán suspiros. Deja de guiñarme, carita de canela, y de morderte el labio. Fatigas de ansiedad y mueres por tocarme. La amistad se funde en el placer: seré tuya.  
-Trocito de miel, demuéstralo –contestó Emil, levantando el muslo derecho sobre el izquierdo.
-Agítame el pecho sin detenerte… Soy tu Gioconda –repitió llevándose la mano atrás-. Aún tardarán los clientes en el Chivero, cierra la cortina y cabalga, la meta está lejos.




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